La sabiduría del cuerpo

La sabiduría del cuerpo

  • agosto 7, 2019

¿Sabías que estar conscientes del cuerpo es la mejor herramienta para cambiar hábitos?

Si ponemos atención al efecto de nuestras acciones, nos daremos cuenta de que los hábitos saludables nos hacen sentir bien y los hábitos dañinos nos dejan malestares inmediatos o que aparecen después de algunas horas. Por ejemplo, los signos físicos que nos informan que hemos comido bien son saciedad estomacal, sensación de tener un cuerpo liviano y con energía; el estómago cómodo y bienestar general.  Al contrario, cuando comemos cantidades grandes de comidas grasosas o con mucha azúcar terminaremos con el estómago inflamado o dolorido, reflujo gástrico, acidez estomacal, diarrea o vómitos. 

El mismo efecto se traslada a otro tipo de actividades necesarias para la salud como ejercitarnos, dormir bien o tomar tiempo para cuidarnos. Cuando no hemos hecho ejercicio podemos sentirnos pesados y somnolientos, con falta de fuerza muscular y dificultad para dormir.  Cada acción tiene consecuencias agradables, neutras o molestas. Desafortunadamente, pocas veces nos detenemos para analizar los efectos físicos y emocionales. Otras veces sí los pensamos pero decidimos ignorarlos y continuar con el placer momentáneo. Los placeres momentáneos y la inconsciencia sobre nuestros actos son las causas principales de que perpetuemos hábitos perjudiciales. 

La consciencia puede ser la herramienta más poderosa para cambiar. Esto incluye la consciencia de los hábitos en sí y la evaluación del efecto que nos producen. Prestar atención a los efectos nos ayuda a “desencantarnos” de los hábitos dañinos y reforzar los hábitos saludables. Por ejemplo, ante la acción de comernos una pizza completa: analizar la consecuencia de amanecer mal de estómago, con poca energía, despertar más tarde de lo necesario para llegar a tiempo al trabajo y, con sumada culpa por fallar las metas de alimentación; puede desencantar el momento de placer de terminarnos una pizza. Si en ese momento respondemos a la pregunta ¿como puedo disfrutar la pizza pero también amanecer sintiéndome bien físicamente y satisfecho por mi acción?  Surgirán otras opciones para disfrutar y, aún así, obtener bienestar. 

El bienestar físico y la satisfacción que sentimos por las acciones nos motiva a continuarlas hasta que se convierten en hábitos. La consciencia es más poderosa que las normas impuestas y las recomendaciones dadas por otros. También ayuda a cambiar nuestra perspectiva sobre los actos haciendo que comer sano, ejercitarnos, dormir suficiente, tomar menos alcohol, entre otros, sean la primera o única opción.

El cuerpo es el mejor maestro, se equivoca en pocas ocasiones y nos enseña a cuidarnos, siempre y cuando le prestemos atención. El cuerpo también nos informa de lo que sabe que nos hará mal, nos avisa con dolor cuando ya hemos hecho suficiente esfuerzo físico, si necesita descansar, cuando el estómago está lleno, si el olor de una comida nos atrae o está descompuesta… El problema es que no estamos acostumbrados a reconocer las señales del cuerpo y a usarlas para tomar decisiones. Nos involucramos en acciones guiados por las emociones, los patrones de conducta, los pensamientos, las normas externas, los juicios y las expectativas. A todo esto se suma la creencia cultural de que seguir los instintos del cuerpo es una muestra de debilidad y no una fortaleza.

Atender al cuerpo y usar su sabiduría es una habilidad que podemos entrenar. En Mindfulness usamos ejercicios mentales y físicos que mejoran la conexión de la mente con el cuerpo. Logramos estar más atentos de los signos físicos la mayor parte del tiempo. Con la práctica comemos mejor y tal vez menos cantidad, y al mismo tiempo, disfrutamos más la comida.  El autocuidado se convierte en una forma de vivir con más placer y mejor salud.

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¿Sabías que estar conscientes del cuerpo es la mejor herramienta para cambiar hábitos?

Si ponemos atención al efecto de nuestras acciones, nos daremos cuenta de que los hábitos saludables nos hacen sentir bien y los hábitos dañinos nos dejan malestares inmediatos o que aparecen después de algunas horas. Por ejemplo, los signos físicos que nos informan que hemos comido bien son saciedad estomacal, sensación de tener un cuerpo liviano y con energía; el estómago cómodo y bienestar general.  Al contrario, cuando comemos cantidades grandes de comidas grasosas o con mucha azúcar terminaremos con el estómago inflamado o dolorido, reflujo gástrico, acidez estomacal, diarrea o vómitos. 

El mismo efecto se traslada a otro tipo de actividades necesarias para la salud como ejercitarnos, dormir bien o tomar tiempo para cuidarnos. Cuando no hemos hecho ejercicio podemos sentirnos pesados y somnolientos, con falta de fuerza muscular y dificultad para dormir.  Cada acción tiene consecuencias agradables, neutras o molestas. Desafortunadamente, pocas veces nos detenemos para analizar los efectos físicos y emocionales. Otras veces sí los pensamos pero decidimos ignorarlos y continuar con el placer momentáneo. Los placeres momentáneos y la inconsciencia sobre nuestros actos son las causas principales de que perpetuemos hábitos perjudiciales. 

La consciencia puede ser la herramienta más poderosa para cambiar. Esto incluye la consciencia de los hábitos en sí y la evaluación del efecto que nos producen. Prestar atención a los efectos nos ayuda a “desencantarnos” de los hábitos dañinos y reforzar los hábitos saludables. Por ejemplo, ante la acción de comernos una pizza completa: analizar la consecuencia de amanecer mal de estómago, con poca energía, despertar más tarde de lo necesario para llegar a tiempo al trabajo y, con sumada culpa por fallar las metas de alimentación; puede desencantar el momento de placer de terminarnos una pizza. Si en ese momento respondemos a la pregunta ¿como puedo disfrutar la pizza pero también amanecer sintiéndome bien físicamente y satisfecho por mi acción?  Surgirán otras opciones para disfrutar y, aún así, obtener bienestar. 

El bienestar físico y la satisfacción que sentimos por las acciones nos motiva a continuarlas hasta que se convierten en hábitos. La consciencia es más poderosa que las normas impuestas y las recomendaciones dadas por otros. También ayuda a cambiar nuestra perspectiva sobre los actos haciendo que comer sano, ejercitarnos, dormir suficiente, tomar menos alcohol, entre otros, sean la primera o única opción.

El cuerpo es el mejor maestro, se equivoca en pocas ocasiones y nos enseña a cuidarnos, siempre y cuando le prestemos atención. El cuerpo también nos informa de lo que sabe que nos hará mal, nos avisa con dolor cuando ya hemos hecho suficiente esfuerzo físico, si necesita descansar, cuando el estómago está lleno, si el olor de una comida nos atrae o está descompuesta… El problema es que no estamos acostumbrados a reconocer las señales del cuerpo y a usarlas para tomar decisiones. Nos involucramos en acciones guiados por las emociones, los patrones de conducta, los pensamientos, las normas externas, los juicios y las expectativas. A todo esto se suma la creencia cultural de que seguir los instintos del cuerpo es una muestra de debilidad y no una fortaleza.

Atender al cuerpo y usar su sabiduría es una habilidad que podemos entrenar. En Mindfulness usamos ejercicios mentales y físicos que mejoran la conexión de la mente con el cuerpo. Logramos estar más atentos de los signos físicos la mayor parte del tiempo. Con la práctica comemos mejor y tal vez menos cantidad, y al mismo tiempo, disfrutamos más la comida.  El autocuidado se convierte en una forma de vivir con más placer y mejor salud.

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